La Argentina es el tercer país más proteccionista del planeta. A esta conclusión
llegamos si combinamos los cuatro rankings que realizó el think tank británico, Global
Trade Alert, en su 16º informe atinente a lo acontecido en el período 2008 – 2014,
teniendo en cuenta la cantidad de medidas discriminatorias en comercio exterior de cada
país, el número de líneas de productos afectadas, la cantidad de sectores de la economía
alcanzados y los socios comerciales perjudicados por ellas.
Si bien la palabra “proteccionista” suena a una ayuda del estado para con sus
ciudadanos quitándoles a estos el peso de la dura competencia, esto no implica otra cosa
que no sea pérdida de riqueza.
La división del trabajo hizo posible la especialización de las personas y con ella una
productividad antes inalcanzable, es gracias a esto que en los hogares de hoy en día no
es necesario ordeñar nuestras propias vacas, fabricar nuestros zapatos ni matar nuestras
gallinas, en cambio un mecánico, por ejemplo, puede intercambiar sus servicios por
dinero y comprarle al productor lácteo la leche, al zapatero los zapatos y al productor
avícola el pollo. De esta manera cada uno se especializa en las tareas en las que es más
eficiente ya sea por una habilidad natural o por el perfeccionamiento adquirido a lo
largo del tiempo, por lo cual, al haber un mayor rendimiento, se eleva la cantidad de
bienes y servicios disponibles, así, se satisfacen más necesidades, y, por lo tanto, se
eleva nuestro nivel de vida.
Todo el mundo parece estar de acuerdo con lo dicho ya que nadie cree conveniente el
autoabastecimiento de los hogares; de hecho también se está de acuerdo en esto si
hablamos ya a nivel nacional en donde los intercambios de bienes entre ciudades o
provincias son incuestionados.
En todo intercambio ambas partes ganan, ya que lo que se entrega se aprecia menos de
lo que se recibe, pues, de lo contrario, no se realizaría transacción alguna, pero este
principio por alguna extraña razón parece no ser válido si se cruzan esas líneas
imaginarias que son nuestras fronteras, en este caso el resto de los individuos del mundo
dejan de ser un agente de cooperación, como lo son nuestros conciudadanos, para
convertirse en una verdadera amenaza para nuestra economía.
Algo que es importante dejar en claro -y que parecieran olvidar los políticos que hablan
de aquella utópica promesa de producir todo lo que necesitamos sin necesidad de
importar nada- es que los recursos son limitados, por lo que si destinamos parte de ellos
a elaborar productos de una manera más ineficiente de lo que lo hacen otros países, le
estamos quitando recursos a los productos para los que sí somos eficientes, por lo cual
nuestra producción total, en suma, es menor de la que podríamos haber obtenido de
dedicarle más recursos a aquello que nos conviene. Es como si Messi decidiera
confeccionarse su propia ropa, para ello le quita tiempo al fútbol por lo que deja de
jugar dos partidos a la semana y comienza a jugar solo uno. Lionel, ahora, contará con
dos o tres remeras y un par de pantalones gratis ya que los elaboró él mismo, pero con
los cientos de miles de euros que resignó en ese partido no jugado pudo haber comprado
miles de remeras y pantalones, por lo cual su riqueza se vio negativamente afectada.
No nos olvidemos que si importamos es porque tenemos con qué pagar los productos
adquiridos, es decir, para importar algo hay que producir otra cosa, por ende, es falso el
argumento que las importaciones reemplazan el trabajo nacional, solo reemplazan el
trabajo de los sectores ineficientes pero destinando esos recursos a los sectores que
mejor los aprovechen, cosa que tarde o temprano deberá realizarse si se busca el
desarrollo económico.
En conclusión, el “proteccionismo” no solo no protege sino que además estafa a los
consumidores nacionales quitándoles la libertad de elegir el producto que deseen, solo
para favorecer a empresas que, sin competencia, pueden poner más elevados precios e
invertir menos en la calidad de los productos, ya que, de todas maneras, no existe otra
alternativa.
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