lunes, 6 de abril de 2015

Proteccionismo económico e ineficiencia productiva

La Argentina es el tercer país más proteccionista del planeta. A esta conclusión

llegamos si combinamos los cuatro rankings que realizó el think tank británico, Global

Trade Alert, en su 16º informe atinente a lo acontecido en el período 2008 – 2014,

teniendo en cuenta la cantidad de medidas discriminatorias en comercio exterior de cada

país, el número de líneas de productos afectadas, la cantidad de sectores de la economía

alcanzados y los socios comerciales perjudicados por ellas.

Si bien la palabra “proteccionista” suena a una ayuda del estado para con sus

ciudadanos quitándoles a estos el peso de la dura competencia, esto no implica otra cosa

que no sea pérdida de riqueza.

La división del trabajo hizo posible la especialización de las personas y con ella una

productividad antes inalcanzable, es gracias a esto que en los hogares de hoy en día no

es necesario ordeñar nuestras propias vacas, fabricar nuestros zapatos ni matar nuestras

gallinas, en cambio un mecánico, por ejemplo, puede intercambiar sus servicios por

dinero y comprarle al productor lácteo la leche, al zapatero los zapatos y al productor

avícola el pollo. De esta manera cada uno se especializa en las tareas en las que es más

eficiente ya sea por una habilidad natural o por el perfeccionamiento adquirido a lo

largo del tiempo, por lo cual, al haber un mayor rendimiento, se eleva la cantidad de

bienes y servicios disponibles, así, se satisfacen más necesidades, y, por lo tanto, se

eleva nuestro nivel de vida.

Todo el mundo parece estar de acuerdo con lo dicho ya que nadie cree conveniente el

autoabastecimiento de los hogares; de hecho también se está de acuerdo en esto si

hablamos ya a nivel nacional en donde los intercambios de bienes entre ciudades o

provincias son incuestionados.

 En todo intercambio ambas partes ganan, ya que lo que se entrega se aprecia menos de

lo que se recibe, pues, de lo contrario, no se realizaría transacción alguna, pero este

principio por alguna extraña razón parece no ser válido si se cruzan esas líneas

imaginarias que son nuestras fronteras, en este caso el resto de los individuos del mundo

dejan de ser un agente de cooperación, como lo son nuestros conciudadanos, para

convertirse en una verdadera amenaza para nuestra economía.

Algo que es importante dejar en claro -y que parecieran olvidar los políticos que hablan

de aquella utópica promesa de producir todo lo que necesitamos sin necesidad de

importar nada- es que los recursos son limitados, por lo que si destinamos parte de ellos

a elaborar productos de una manera más ineficiente de lo que lo hacen otros países, le

estamos quitando recursos a los productos para los que sí somos eficientes, por lo cual

nuestra producción total, en suma, es menor de la que podríamos haber obtenido de

dedicarle más recursos a aquello que nos conviene. Es como si Messi decidiera

confeccionarse su propia ropa, para ello le quita tiempo al fútbol por lo que deja de

jugar dos partidos a la semana y comienza a jugar solo uno. Lionel, ahora, contará con

dos o tres remeras y un par de pantalones gratis ya que los elaboró él mismo, pero con

los cientos de miles de euros que resignó en ese partido no jugado pudo haber comprado

miles de remeras y pantalones, por lo cual su riqueza se vio negativamente afectada.

No nos olvidemos que si importamos es porque tenemos con qué pagar los productos

adquiridos, es decir, para importar algo hay que producir otra cosa, por ende, es falso el

argumento que las importaciones reemplazan el trabajo nacional, solo reemplazan el

trabajo de los sectores ineficientes pero destinando esos recursos a los sectores que

mejor los aprovechen, cosa que tarde o temprano deberá realizarse si se busca el

desarrollo económico.

En conclusión, el “proteccionismo” no solo no protege sino que además estafa a los

consumidores nacionales quitándoles la libertad de elegir el producto que deseen, solo

para favorecer a empresas que, sin competencia, pueden poner más elevados precios e

invertir menos en la calidad de los productos, ya que, de todas maneras, no existe otra

alternativa.

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