sábado, 18 de abril de 2015

Una lección chilena para salir a flote

La Argentina está pasando en este momento por un escenario económico francamente lamentable. La estanflación –inflación sin crecimiento económico- es la consecuencia inevitable de una política paupérrima e irresponsable para con los ciudadanos. El gasto público alcanza ya niveles históricos, de hecho, como para darnos una idea, según se desprende de un excelente análisis del Dr. Nicolás Cachanosky, el gobierno kirchnerista ha gastado ya  el equivalente en valor actualizado a dos Plan Marshall, que como todos saben, uno solo bastó para reconstruir la bombardeada Europa luego de la Segunda Guerra Mundial, mientras que aquí, el único misil que tocó tierra fue la arrogancia.

Lo antes mencionado sumado al consecuente déficit fiscal, a la alta carga impositiva capaz de destruir al más emprendedor de los espíritus, al cepo cambiario y a la ya más que conocida excesiva emisión monetaria, dan como resultado una combinación trágica.
Ante semejante panorama, sin lugar a dudas, el gobierno que asuma el próximo 10 de diciembre deberá tomar ciertas medidas, y para hacerlo, sugiero guiarnos por un exitoso ejemplo que nos brindan desde el otro lado de la Cordillera nuestros vecinos chilenos.
Aprovechando una reciente visita al país andino, me reuní con quien fuera nombrado allí Ministro de Hacienda en 1974, cargo que desempeñó hasta su renuncia, luego de una gran gestión, en el año 1976, el famoso economista Jorge Cauas. Buscando un poco de esperanza para la Argentina, le pregunté sobre la situación de crisis que dejó el gobierno de Allende y qué medidas se tomó para salir adelante luego de ella. Así, me sorprendieron los números a los que debieron enfrentarse junto a su equipo por aquel entonces.
La situación era de un total desabastecimiento. El gasto público creció durante el gobierno de Allende (1970 – 1973) en más de 10 veces, y para octubre de 1973, de cada 100 escudos –moneda corriente chilena de entonces- que gastaba el gobierno, 53 eran financiados mediante emisión monetaria, razón por la cual, la inflación rondaba un 700% anual. El gobierno contaba con activos de 15.900 millones de escudos mientras que los pasivos alcanzaban los 25.300 millones, es decir que el total de activos no cubría el total de pasivos, lo que en cualquier empresa equivaldría a una quiebra.
En este marco, un grupo de economistas ideó lo que llamaron el Plan de Recuperación Económica –que en este mes de abril de 2015 cumple 40 años- puesto en marcha en un comienzo por el ya mencionado Ministro Cauas.
Antes que nada se buscó flexibilizar al sector privado, otorgándole a este un mayor dinamismo liberando los precios, para que de esta manera produjeran aquello que realmente era necesario pero a su vez tuvieran el incentivo para hacerlo, ya que con anterioridad al fijar el estado precios bajos, estos esquivaban la producción de los bienes justamente más indispensables pero menos convenientes por el pequeñísimo o nulo margen de ganancia que dejaban. Ahora, para ganar dinero, los empresarios debían producir lo que la gente demandaba, es decir, lo que más necesitaba.
Pero para estimular la producción se necesitó bajar la carga tributaria que desalentaba enormemente la actividad, además, Chile se abrió al mercado tanto de importaciones como de exportaciones, comenzando a producir en mayor cantidad aquello para lo cual era enormemente eficiente, y, con el producto de esto, importando aquello para lo cual su costo de producción, dadas las condiciones del país, era más elevado. Así ciertos productos que estaban saturados en su mercado local por los cuales ya no se pagaba nada, encontraron grandes oportunidades en el extranjero, creciendo así las fuentes laborales extraordinariamente, como fue el caso de, por ejemplo, los tejidos al telar de Chiloé, los cuales de ser vendidos por sus artesanos a un puñado de turistas, pasaron a ser exportados al mercado Europeo.
Los resultados del Plan de Recuperación Económica chileno del año 1975 fueron notables. Con una receta de austeridad, eficiencia y apertura del mercado, consiguieron una excelente respuesta en un corto período de tiempo, razón por la cual, sin importar si eran de izquierda o derecha, los próximos gobiernos continuaron esta fórmula que llevó a Chile a ser un caso de estudio en las principales universidades del mundo y el país más desarrollado de la región.
Sería sumamente recomendable que, cuando nuestro próximo gobierno asuma y deba buscar un remedio a nuestra creciente crisis, tenga la habilidad de mirar los casos exitosos, en donde la propiedad privada y la apertura del mercado fueron el motor de una creciente prosperidad.
El autor es Investigador del área de Estudios Económicos del Centro de Estudios Libre.

lunes, 6 de abril de 2015

Proteccionismo económico e ineficiencia productiva

La Argentina es el tercer país más proteccionista del planeta. A esta conclusión

llegamos si combinamos los cuatro rankings que realizó el think tank británico, Global

Trade Alert, en su 16º informe atinente a lo acontecido en el período 2008 – 2014,

teniendo en cuenta la cantidad de medidas discriminatorias en comercio exterior de cada

país, el número de líneas de productos afectadas, la cantidad de sectores de la economía

alcanzados y los socios comerciales perjudicados por ellas.

Si bien la palabra “proteccionista” suena a una ayuda del estado para con sus

ciudadanos quitándoles a estos el peso de la dura competencia, esto no implica otra cosa

que no sea pérdida de riqueza.

La división del trabajo hizo posible la especialización de las personas y con ella una

productividad antes inalcanzable, es gracias a esto que en los hogares de hoy en día no

es necesario ordeñar nuestras propias vacas, fabricar nuestros zapatos ni matar nuestras

gallinas, en cambio un mecánico, por ejemplo, puede intercambiar sus servicios por

dinero y comprarle al productor lácteo la leche, al zapatero los zapatos y al productor

avícola el pollo. De esta manera cada uno se especializa en las tareas en las que es más

eficiente ya sea por una habilidad natural o por el perfeccionamiento adquirido a lo

largo del tiempo, por lo cual, al haber un mayor rendimiento, se eleva la cantidad de

bienes y servicios disponibles, así, se satisfacen más necesidades, y, por lo tanto, se

eleva nuestro nivel de vida.

Todo el mundo parece estar de acuerdo con lo dicho ya que nadie cree conveniente el

autoabastecimiento de los hogares; de hecho también se está de acuerdo en esto si

hablamos ya a nivel nacional en donde los intercambios de bienes entre ciudades o

provincias son incuestionados.

 En todo intercambio ambas partes ganan, ya que lo que se entrega se aprecia menos de

lo que se recibe, pues, de lo contrario, no se realizaría transacción alguna, pero este

principio por alguna extraña razón parece no ser válido si se cruzan esas líneas

imaginarias que son nuestras fronteras, en este caso el resto de los individuos del mundo

dejan de ser un agente de cooperación, como lo son nuestros conciudadanos, para

convertirse en una verdadera amenaza para nuestra economía.

Algo que es importante dejar en claro -y que parecieran olvidar los políticos que hablan

de aquella utópica promesa de producir todo lo que necesitamos sin necesidad de

importar nada- es que los recursos son limitados, por lo que si destinamos parte de ellos

a elaborar productos de una manera más ineficiente de lo que lo hacen otros países, le

estamos quitando recursos a los productos para los que sí somos eficientes, por lo cual

nuestra producción total, en suma, es menor de la que podríamos haber obtenido de

dedicarle más recursos a aquello que nos conviene. Es como si Messi decidiera

confeccionarse su propia ropa, para ello le quita tiempo al fútbol por lo que deja de

jugar dos partidos a la semana y comienza a jugar solo uno. Lionel, ahora, contará con

dos o tres remeras y un par de pantalones gratis ya que los elaboró él mismo, pero con

los cientos de miles de euros que resignó en ese partido no jugado pudo haber comprado

miles de remeras y pantalones, por lo cual su riqueza se vio negativamente afectada.

No nos olvidemos que si importamos es porque tenemos con qué pagar los productos

adquiridos, es decir, para importar algo hay que producir otra cosa, por ende, es falso el

argumento que las importaciones reemplazan el trabajo nacional, solo reemplazan el

trabajo de los sectores ineficientes pero destinando esos recursos a los sectores que

mejor los aprovechen, cosa que tarde o temprano deberá realizarse si se busca el

desarrollo económico.

En conclusión, el “proteccionismo” no solo no protege sino que además estafa a los

consumidores nacionales quitándoles la libertad de elegir el producto que deseen, solo

para favorecer a empresas que, sin competencia, pueden poner más elevados precios e

invertir menos en la calidad de los productos, ya que, de todas maneras, no existe otra

alternativa.