miércoles, 25 de febrero de 2015

Propiedad privada y desarrollo económico

La propiedad privada, institución cuya legitimidad es cada vez más puesta en duda por partidos políticos de izquierda alrededor del mundo, es uno de los pilares fundamentales de nuestra libertad. Pero al margen de esto, en este breve artículo quiero destacar porqué a medida que los países  más respetan este derecho, tienen una notable tendencia a convertirse en países desarrollados y a, por lo tanto, brindar los más elevados niveles de vida a sus habitantes mientras que los que no lo hacen le ponen una traba insuperable al progreso.

En un sistema de propiedad privada la innovación, si bien representa un riesgo, se ve fuertemente incentivada ya que si un nuevo producto es aceptado por los consumidores, al ser escaso pero demandado, sus precios serán muy altos lo que le dará por un buen período de tiempo enormes márgenes de ganancia al emprendedor que lo llevó al mercado, a la vez este elevado precio atrae a más empresarios que realizarán dicho producto para obtener la misma ganancia lo cual elevará la oferta, bajará su precio y saciará a la demanda haciendo ahora ese producto accesible para más personas, lo cual se traduce en un país con mayores riqueza y, a más riqueza mayor prosperidad en los ciudadanos. Pero de no existir la propiedad privada no tendría sentido este proceso, innovar simplemente representaría el riesgo de producir algún aparato que posiblemente no sea aceptado puesto que los potenciales beneficios no serán tangibles, por lo cual la creatividad estaría incentivada de manera negativa ya que ahora no representa un potencial beneficio sino un probable desperdicio de recursos.

Por lo dicho, ante la inexistencia de esta noble institución se viviría meramente con los productos fabricados en la era pre-abolición de la propiedad o imitando lo que por entonces existía, como se ve reflejado en cualquier fotografía de la vida cotidiana en Cuba donde se encuentran encerrados en el pasado como si a partir de la “Revolución Cubana” en los cincuenta jamás hubiera transcurrido el tiempo.
 
La innovación no se manifiesta solo en automóviles lujosos, avanzadas computadoras o los practiquísimos smartphones, sino que esencialmente se cambió nuestra manera de vivir elevando nuestro nivel de vida con la creación de, por ejemplo, nuevos medicamentos, haciendo que enfermedades que para nuestros antepasados fueron mortales sean para nosotros inofensivas, nuevas formas de conservación de los alimentos y más eficientes formas de producirlo haciendo de nuestra cena algo más accesible cada día, creando formas transporte que miles de años atrás eran impensadas estableciendo así puentes que unen los rincones más remotos del planeta. Todo esto logró que, por ejemplo, la expectativa de vida de los países en desarrollo aumentara, entre 1960 y 2005, de 45 a 65 años  y que la desnutrición, entre 1970 y 2003, pasara del 37 al 17 por ciento en los mismos países, siendo el pronóstico en la actualidad aún más alentador.
 
A su vez ¿qué incentivo existe para trabajar mejor si ante la ausencia de propiedad privada, así como por la innovación no hay ganancia tampoco la habrá por el mayor esfuerzo realizado? Dará igual destacarse entre los trabajadores que pasar desapercibido, no habrá recompensa alguna. Al respecto existe una famosa frase atribuida a trabajadores de la Unión Soviética, quienes decían “ellos hacen como si nos pagaran, nosotros hacemos como si trabajáramos”.
 
Aún teniendo el gobierno buenas intenciones y proponiéndose llevar adelante un modelo sin propiedad privada exitoso, resultaría imposible lograr una producción racional en este ámbito ya que debido a la ausencia de precios que esto implicaría, la oferta y demanda de los productos no se vería reflejada en ningún lado y los recursos serían inevitablemente desperdiciados, se manejaría totalmente a oscuras debido a la ausencia de señales. Pero independientemente de esto, los precios, además de esta irremplazable función que muestra fielmente tanto utilidad como escasez reproducida por medio de todos aquellos intervinientes en la economía, son un inmejorable incentivo al desarrollo y la superación, pero ante la ausencia de ellos como del derecho de propiedad, estos incentivos desaparecen y con estos el crecimiento económico, como podemos comprobar con tan solo buscar algunas imágenes de Cuba en contraste con Estados Unidos, Corea del Norte en contraste con Corea del Sur o bien la Alemania Oriental en contraste con la Alemania Occidental.
 
La libertad en el terreno de la economía transforma a esta en la democracia más perfecta que pueda existir, le otorga voz y voto a cada ciudadano, pero además le da la posibilidad a cada uno de recibir aquello que vota, a diferencia de las democracias políticas donde solo se puede obtenerse lo que la mayoría prefiere. Cuando el gobierno interfiere en este mecanismo, inmediatamente perdemos nuestra libertad de expresión en la materia puesto que nuestro voto -llamado compra- se encuentra en blanco, su información no será transmitida y, en consecuencia, los consumidores serán acallados.   

lunes, 9 de febrero de 2015

¿Distribución o creación? Esa es la cuestión

En el ámbito económico y político, existe una eterna discusión respecto de cómo disminuir –o en lo posible eliminar– la pobreza. Así, encontramos una gran parte de la sociedad que sostiene que el problema radica en una mala o injusta distribución de la riqueza, y que, por lo tanto, la desigualdad es un problema de suma importancia, pues refleja un defectuoso reparto de ella.
Imaginemos, por ejemplo, una torta de siete porciones, de la cual se alimentarán siete personas. Si cada una come una porción, habrá igualdad y, por lo tanto, no habrá pobreza.
Pero supongamos que una persona come cuatro porciones: esto implicará que las otras seis personas tengan que comer apenas media porción de las 3 restantes. Es decir que la mala distribución de la torta determinó que haya una persona que sobresatisfaga sus necesidades, a costa de las otras seis que pasaron hambre.
Para esta postura, la economía es, por lo tanto, un juego de suma cero, representado en el ejemplo por una torta de una cantidad limitada de porciones; en consecuencia, un desigual reparto determinará la existencia de pobreza, dado que lo que uno recibe de más le es privado a otro que no lo recibe. He aquí un grave error, ya que, en la vida, se puede cocinar.
En la realidad, las tortas pueden crecer. Si el panadero invierte en su producto, puede hacer que ahora la torta tenga, supongamos, 28 porciones y que quizá una persona coma más que el resto –digamos 10 porciones–, pero las otras personas podrán asimismo comer ahora tres porciones cada una, por lo cual –en comparación con el pasado– la situación, si bien es más desigual, es a la vez más beneficiosa para todos.
Si miramos hacia el pasado, algunos siglos atrás, notaremos que aquellos que mejor vivían eran los reyes, quienes tenían cientos de personas a su servicio, un enorme castillo para sus comodidades y cuanta comida desearan comer. Pero de manera muy distinta vivía la mayoría de la sociedad, cuyos integrantes debían trabajar muy duro e incansables horas para alimentarse. Sus casas eran precarias y carecían de las más mínimas comodidades.
Sin embargo, hoy la mayoría de las personas vive en buenas condiciones. De hecho, hasta los más ricos viven bastante parecido al resto de los mortales. Pese a las enormes desigualdades existentes y por más dinero que tengan, su esperanza de vida no es mucho más alta que la gente común y corriente. Ni siquiera sus comodidades son mucho mayores, ya que quizá manejen un auto de lujo, pero al fin y al cabo todos los vehículos cumplen la misma función. Quizá puedan comer caviar todos los días, pero el resto comemos alimentos en buen estado y en abundancia, los cuales sin dudas disfrutamos y satisfacen nuestras necesidades nutricionales.
¿Qué ocurrió para que haya cambiado tanto la situación respecto del pasado? ¿Los reyes distribuyeron sus riquezas? En absoluto, lo que sucedió fue que se ha creado riqueza cada año, incansablemente, sobre todo a partir de la Revolución Industrial. De esta forma, el nivel de vida se ha ido elevando –y lo sigue haciendo– pues, gracias a la innovación, la torta no para de crecer.
Por lo tanto, al ser el problema la pobreza –entendida esta como la carencia de recursos para satisfacer las necesidades básicas–, la solución no está en la distribución de lo ya creado, sino en la creación de lo aún no inventado.