miércoles, 5 de noviembre de 2014

Emisión Descontrolada, Recesión Anticipada. La inevitable pérdida del poder adquisitivo

Sin duda alguna la emisión monetaria es el recurso por excelencia del gobierno nacional, ya que de otra manera, en un país en plena recesión y con altos índices de desempleo, sería imposible darse con los gustos más impensables como sostener un programa de fútbol y una aerolíneas que en el primer caso deja pérdidas diarias que rondan los $4 millones y en el segundo ya tiene un acumulado que supera los $18.000 millones, como para dar dos pequeños ejemplos. Por supuesto que dichos pomposos servicios son pagados por “todos y todas” ¿pero cómo?
¿Qué ocurre con la emisión monetaria? ¿Cómo ese dinero que sale de una maquinita en cantidades astronómicas llega a las personas y cómo esto nos afecta?
 En primer lugar, hay que dejar en claro que el dinero emitido no se distribuye de manera proporcional entre todos los ciudadanos puesto que de ser así no existiría problema alguno. Por ejemplo, si se duplicara la cantidad de dinero de toda la economía pero este fuera distribuido de manera tal que aquel que ganaba $5.000 gane ahora $10.000, el que ganaba $10.000 ahora gane $20.000 y así sucesivamente, lo único que ocurrirá aquí será que ahora todos los precios  pasarán a ser de exactamente el doble, pero nuestro poder adquisitivo quedaría inmóvil ya que, como vimos, lo mismo ocurrió con nuestro salario ¿pero cómo funciona entonces?
 Evidentemente, luego de una fuerte emisión no veremos a los funcionarios del Banco Central repartiendo montones de dinero de puerta en puerta para que este llegue a la gente, sino que de manera discrecional, el gobierno le entrega dinero a determinados grupos de personas mediante préstamos baratos -que de otra manera no existirían- o de subsidios. Así supongamos que el gobierno le entrega, mediante un crédito extremadamente barato, dinero al sector productor de patinetas y a la industria del cine. Vemos entonces que el dinero les llega primero a unos pocos, quienes en este momento están siendo totalmente favorecidos ya que de repente se encuentran con más dinero que el resto y los precios aún no han aumentado, aunque no por mucho tiempo. Al haber más dinero en circulación para la misma cantidad de bienes y servicios, este baja su poder adquisitivo de manera paulatina, por lo cual aquellos que aún no recibieron parte de esta primera inyección de dinero se empobrecen a costa de los primeros beneficiarios.
Para comprender cómo es que el dinero pierde poder adquisitivo, imaginemos una partida de Póker con amigos. Son 6 personas en total y cada una de ellas compra 10 pesos en fichas con un valor establecido para cada una de ellas de 1 peso, es decir que hay 60 fichas y un pozo de 60 pesos. Al final del juego queda el ganador con el total de las 60 fichas, al valer cada una 1 peso, se lleva 60 pesos. Pero ahora supongamos que durante la partida un participante le sumó secretamente a su conjunto de fichas otras 10 que había traído de su casa, es decir que la cantidad de fichas en juego es ahora de 70 pero el pozo sigue siendo el mismo de 60 pesos. ¿Qué va a ocurrir? Llegado el momento en que haya un ganador que posea las 70 fichas que había en la mesa, intentará canjear cada una de ellas por el valor preestablecido de 1 peso por ficha  y será allí cuando se dé cuenta que el dinero del pozo no es suficiente para cubrir la cantidad de fichas, es decir que el valor de cada ficha pasa a ser menor. Esto ocurre con el dinero de un país, si existe una sobreproducción de dinero pero la cantidad de bienes y servicios es la misma, el dinero pasa a valer cada vez menos, y se necesita cada vez más cantidad del mismo para conseguir el mismo bien. 
Volvamos al ejemplo de la inyección monetaria recibida por el sector de las patinetas y de la industria cinematográfica.
Estos, comienzan a contratar a más personas para llevar a cabo la inversión de ese nuevo dinero y expandir así sus negocios, por lo cual podemos notar que en el comienzo de la época de expansión monetaria el desempleo caerá, ya que con ese dinero los sectores que lo recibieron contratarán trabajadores cuando antes no tenían capacidad para hacerlo. Ahora estos nuevos empleados cuentan con parte de ese nuevo dinero, siendo favorecidos, aunque en una menor proporción que los primeros, pero también podrán comprar a precios antiguos, aunque no tan bajos como lo eran antes. Se suman ahora más personas al grupo de los aventajados a costa del empobrecimiento de los demás que aún no ingresaron a la “fiesta”.
Los sectores beneficiados atrajeron muchos recursos humanos hacia sus producciones gracias al poder otorgado por el dinero en forma de billetes, pero luego de un tiempo el mando pasa a los consumidores, quienes muy probablemente no demanden los productos brindados por los sectores favorecidos. Al haber el gobierno otorgado el dinero a su antojo y no como hubiera ocurrido en el mercado, por medio de un proceso de oferta y demanda, los recursos seguramente han sido mal asignados, lo cual quedará en manifiesto cuando la gente no esté interesada en andar en patineta ni en ir al cine contantemente, y así los recursos humanos que fueron demandados en un comienzo y que actualmente se encuentran trabajando allí, quedarán obsoletos y serán insostenibles. Es aquí cuando comienza la etapa más dolorosa de este proceso: la recesión.
Para entender cómo mediante la creación irracional de dinero las cosas se vuelven ilógicas y contraproducentes quiero dejar un ejemplo final, dado por Juan Carlos Cachanosky en uno de sus ensayos, para simplificar lo explicado. En un sistema de trueque, si Pedro cavara un hoyo y lo tapara para luego intentar cambiarlo por 1 kg de carne, no tendría mucho éxito ya que en realidad no ofrece nada a cambio. Pero luego aparece un tercero, el gobierno, y decide darle a Pedro por haber cavado y tapado el hoyo $50 que acaba de imprimir, precio que supongamos tiene 1 kg de carne, por lo cual el muchacho ahora sí podrá obtener ese producto a cambio de nada y lo hace, como quedó explícito, a costa del resto de los ciudadanos que verán disminuir el valor real de su patrimonio.
A lo largo de la historia la mayoría de los gobiernos intentaron ir por el mayor poder posible, y en países de débiles instituciones como es el nuestro lamentablemente logran hacer lo impensado, contradecir a la lógica misma, pero siempre la historia termina igual, los que pagan son los ciudadanos.

El arma de la necesidad

Seguramente la mayoría de los lectores han oído alguna vez hablar de Robin Hood, un forajido arquero de la Inglaterra medieval que vivía muy cerca de Nottingham, según cuenta la leyenda. La historia varía dependiendo de quién la narre ya que no es más que un simple cuento que se pasó de boca en boca durante siglos, pero que sin duda alguna logró plasmar una frase como resumen de su obrar y, de cierta manera, como un ideal de justicia, ¡robo a los ricos para darle a los pobres!
Es probable que los primeros relatos sobre este mítico personaje del Bosque de Sherwood eran sus aventuras como justiciero que robaba a los bandidos – o bien al corrupto rey Juan I- para devolver el botín sustraído a sus verdaderos dueños. Pero lamentablemente ese no fue el mensaje que quedó inmortalizado, sino el de la mismísima justificación del robo al que más tiene siempre y cuando no tenga como finalidad acrecentar la propia riqueza sino que sea para entregar a los que menos tienen. En palabras de Maquiavelo, el fin justifica los medios.
¿Pero da igual practicar caridad con la riqueza propia que con la ajena? ¿Soy un ejemplo para la sociedad del cual pueda sentirme orgulloso si dono los $10.000 que mi vecino había ahorrado para refaccionar su hogar pero que yo muy “heroicamente” le sustraje? La famosa autora estadounidense de origen ruso, Ayn Rand, describió a Robin Hood mediante uno de los personajes de sus novelas como el doble parásito que vive de las llagas de los pobres y la sangre de los ricos, pero esta caracterización se hace extensiva además a nuestro gobierno nacional, el cual muy pomposamente afirma que jamás se ayudó tanto a los carenciados, pero mientras tanto la clase media está cada vez más fatigada como así también el sector agrícola e industrial, quienes deben mantener más de 64.000 millones de pesos en planes sociales, los cuales son cada vez más solicitados ya que el desempleo aumenta. 
Esto último nos hace pensar que no se lucha contra la pobreza sino que se hace política mediante ella, ya que de lo contrario el número de planes sociales que recibe la gente debería ser cada vez menor o nulo luego de más de diez años de gobierno, pero este no es el caso. Lo que se hace es acrecentar la necesidad de los ciudadanos para luego darles el pescado pero jamás la caña de pescar, puesto que de hacerlo quizás nadie los requeriría. Ejemplo de esto fueron los dichos de Alex Freyre quién sentenció que la gente con sida morirá en 2016 de no ganar el oficialismo, o bien el caso del gobernador kirchnerista de Tucumán, José Alperovich, cuando en referencia a las próximas elecciones alertó que "no vaya a ser que nos equivoquemos y que empiecen a falta remedios en los hospitales".
Immanuel Kant decía que la ilustración significa “el abandono por parte del hombre de una minoría de edad no biológica, sino mental”. Con esto el filósofo prusiano hacía referencia a la “incapacidad para servirse de uno mismo sin la ayuda de otro”. El oficialismo quiere asegurarse el lugar de ese otro, y así, con el afán de hacernos creer que es necesario para nuestra supervivencia, hace lo que tenga a su alcance persiguiendo la meta de ser imprescindible, y para lograrlo despoja a algunos de sus bienes y dinero, y a otros de algo no apreciable económicamente pero si moralmente como lo es la dignidad, el amor por el trabajo y la facultad de encargarse de uno mismo, en definitiva, la posibilidad de “Ilustrarse”.

Robinson Crusoe y la economía argentina

Es muy utilizado en materia económica el ejemplo de aquella historia de un naufrago inglés, llamado Robinson Crusoe, que pasó 28 años en una isla tropical. Particularmente lo he leído de Roberto Cachanosky y me fue dado en clase por distintos profesores como Alberto Benegas Lynch (h) y Adrián Ravier. 
Imaginemos a Robinson Crusoe solo en una isla desierta. Para sobrevivir, todos los días sube a la copa de un altísimo cocotero recolectando todos los días 6 cocos con los cuales tiene suficiente para comer durante esa jornada, pero no le queda energía para realizar ninguna otra tarea.
Un día se le ocurre que si construye una escalera podrá subir al cocotero sin esfuerzo alguno de manera que en poco tiempo conseguirá su alimento diario ¿pero qué comerá en ese momento si utiliza sus energías en construir una escalera? Robinson decide que durante 6 días comerá 5 cocos y guardará 1, así, llegado el séptimo día contará con un ahorro total de 6 cocos por lo cual durante esa jornada no deberá recolectar comida e invertirá esa energía en la construcción de una escalera.
Durante la semana siguiente nuestro naufrago nota que gracias a la nueva herramienta puede recolectar su alimento diario en solo minutos y sin que ello le genere cansancio alguno, por lo cual ahora podrá dedicarle trabajo a la construcción de una puerta para su cueva que lo resguarde de los animales salvajes, luego quizás pueda construir recolectores de agua para aprovechar el agua dulce de las lluvias, etc.
Como podemos ver a lo largo de la historia, Robinson Crusoe  fue mejorando cada vez más su nivel de vida gracias a las distintas inversiones que aquel ahorro inicial le permitió realizar. Mientras haya mayores bienes de capital, habrá más alto nivel de vida.
Exactamente lo mismo ocurre con la economía en cualquier país por más que parezca un poco más complejo. Si hay mayor ahorro, debido a la cantidad de dinero disponible, bajan las tasas de interés, de esta manera habrá mayor inversión, al haber mayor inversión aumenta el nivel de vida de la gente de dos maneras: primero por lo mismo que ocurrió con Robinson Crusoe, es decir, por la mayor disponibilidad de bienes que mejoren nuestra calidad de vida; y en segundo lugar porque al haber mayor inversión significa que se realizarán más emprendimientos por lo cual habrá más demanda de trabajadores y de esta manera el desempleo se reducirá enormemente. Pero recordemos que, por definición, sin ahorro no hay inversión.
¿Qué ocurre en Argentina? El ahorro está prohibido de facto. Con una emisión literalmente astronómica -una reciente investigación demuestra que con los billetes emitidos desde 2003 hasta hoy puede  recorrerse la distancia que separa a la Tierra de la luna- una insoportable inflación deviene de manera natural. De esta manera el que ahorra pierde el poder adquisitivo de su reserva con el paso de los días por lo cual se acude a los dólares, pero el mercado paralelo al cual recurre la mayoría de la gente está prohibido lo cual genera un riesgo de ir hasta 8 años a prisión, y en el mercado oficial estos son entregados por el banco central de a goteras y solo si se tiene como mínimo un salario de $8800 mensuales por lo cual se deja sin refugio alguno a la porción más necesitada de la población que no tiene otra que caer en un consumismo incesante si no quiere ver derretir el valor de sus billetes.
La historia de Robinson Crusoe nos dejó una moraleja: hasta que el gobierno no decida frenar el gasto público, la emisión monetaria y tome medidas fiscales serias que regeneren la confianza en nuestra moneda – en resumen, termine con la inflación-, en el país está prohibido el ahorro, ergo, está prohibida la inversión, está prohibida una reducción del desempleo, es decir, está prohibida una mejor calidad de vida. 


                                                                                                                    

La economía de la improvisación

El país enfrenta una situación adversa en materia económica desde hace ya bastante tiempo. Con una inflación que se estima que llegará al 40% anual para diciembre, un dólar blue que se acerca cada vez más a los 15 pesos aumentando así la brecha con el dólar ficticio -o también llamado oficial- y con cada vez más trabajadores en la calle, el gobierno parece no saber qué hacer para solucionar los problemas.
Es tan llamativo como deprimente y vergonzoso el afán que tiene el oficialismo por “emparchar” toda situación adversa como si de esa manera se llegara a una solución. 
Quizás en donde primero se hizo notar la situación fue en los alimentos por lo cual se comenzó con la merluza y las milanesas para todos, luego las consecuencias también se vieron en que la gente ya no podía renovar su ropa, allí se comenzó con los jeans, medias y remeras para todos. Una vez más avanzado el problema, se comenzaron con los precios cuidados interviniendo el gobierno ahora en los precios de una amplia gama de productos, cosa insostenible y que lleva a una inevitable faltante por lo que los alimentos comienzan a ser racionalizados  por lo cual se ven en las góndolas de los supermercados esos avisos de “máximo 2 unidades por grupo familiar” al lado del orgulloso y colorido cartel de “precios cuidados”. 
En el caso de los holdouts el gobierno realizó una fuerte campaña de descalificación en contra de quienes ellos llaman “fondos buitres”, pero, como dijo el economista José Luis Espert recientemente en un programa de televisión: sin exceso de gasto público no hay déficit, sin déficit no hay deuda y sin deuda no hay fondos buitres, entonces en lugar de atacar al último eslabón de la cadena ¿porqué no arrancar el problema de raíz y comenzar a disminuir el gasto público lo cual terminaría con la inflación, ya que esta se da como consecuencia de la emisión monetaria desmedida por parte del gobierno puesto que no hay dinero que alcance para cubrir tan elevado gasto estatal, ya su vez, sin inflación no serían necesarios planes “para todos” ni precios cuidados y por supuesto que de esta manera no tendríamos que enojarnos con Griesa ni descalificar a nadie por nuestra propia impericia debido a que la deuda no sería necesaria?
Cada vez que aparece un problema el gobierno actúa sobre la marcha y lo emparcha de manera tal que de un inconveniente luego surgen otros tres o cuatro y así sucesivamente, formándose una enorme bola de nieve que caerá sobre nosotros con todo su peso.
La confianza que genera este gobierno es casi nula por lo cual hagan lo que hagan ya no podrán generar inversión genuina debido al constante ataque contra la propiedad privada durante su mandato, lo único que se les puede pedir a estas alturas es que no sigan atacando las instituciones para que el país por lo menos no empeore mucho más, y que de esta manera el próximo gobierno electo en 2015 tenga la oportunidad de cambiar nuestro rumbo demostrando respeto en donde antes había autoritarismo y permitiendo así renacer la seguridad en donde antes no había más que incertidumbre. 




¿ Es la desigualdad un problema?

Es muy común que se escuche tanto a políticos como a diferentes intelectuales afirmar que el mayor problema que enfrenta el país es la desigualdad, inclusive ya es el gran grueso de la sociedad el que inocentemente repite este garrafal error. Es moneda corriente que la gente se haga preguntas del estilo de  ¿cómo puede ser que tal persona sea tan rica cuando hay tantas familias con hambre? O bien, ¿por qué son solo unos pocos los que concentran la mayor parte del capital?Quiero imaginar que la inquietud real aquí es la pobreza de unos y no la riqueza de otros, y en ese sentido es correcto preguntarse cuál será la causa de la misma, pero aquellas interrogantes estaban muy mal encaminadas puesto que la existencia de un rico no solo no implica la existencia de un pobre sino que todo lo contrario, la riqueza de uno implica menos pobreza en otros por los empleos que crea y por los servicios que para obtenerla tuvo y tiene que brindar, los cuales si se está dispuesto a pagar por ellos de manera tal que el sujeto se volvió rico significa que le está facilitando la vida a la gente elevando su nivel de vida, ya que —en un marco de libertad económica— para que alguien ostente una gran fortuna no tiene otro camino para hacerlo más que el de satisfacer necesidades ajenas ya sea con la creación de bienes o con la prestación de servicios por los que el consumidor esté dispuesto a pagar.Veamos el caso de Bill Gates, su patrimonio actual es de 76.000 millones de dólares siendo así el hombre más rico del mundo ¿pero fue a costa de los pobres que Bill Gates construyó su fortuna? Por supuesto que no, hay que dejar en claro que la economía no es un juego de suma cero, que uno tenga mucho no quiere decir que esa diferencia es lo que le falta a otro, la riqueza se genera, se crea, por ejemplo este astuto magnate creó riqueza en donde antes no la había cuando fundó Microsoft, saciando de esta manera una necesidad en los consumidores antes insatisfecha. No nos arrebató nuestro dinero ni nos obligó a comprar algo que no queríamos, sus productos son comprados solo por quienes quieren hacerlo haciendo así que ambas partes ganen, por un lado él una determinada suma de dinero por producto y nosotros un producto que valoramos más que esa determinada suma de dinero, ya que de lo contrario no hubiéramos realizado intercambio alguno.Mediante su empresa nos facilita la vida todos los días a miles de millones de personas alrededor del mundo ayudándonos a hacer nuestros trabajos, dándonos una herramienta para que nosotros mismos creemos nuestra propia riqueza e inclusive hasta para que contemos con más tiempo libre debido a la manera en que nuestras vidas fueron simplificadas. Dicho sea de paso que para crear esta fuente de beneficios emplea a más de 93.000 personas en 102 diferentes países, ¿cómo puede ser esto malo para la sociedad?Vuelvo a aclarar que estoy hablando de un sistema de libertad económica en donde elclientelismo político es fuertemente castigado, ya que la riqueza que los llamados “amigos del poder” amasan solo como consecuencia de favoritismos políticos, no solo que es injusta sino que además esta sí empobrece al resto de la comunidad debido a que, a diferencia de lo que veníamos hablando, sus productos suelen no ser comprados por la conveniencia de hacerlo sino porque no nos han dejado otra alternativa ya que mediante estrategias políticas —y no de mercado— han desplazado a la competencia con las gravísimas consecuencias que esto acarrea, pero este es un tema aparte.El Dr. Alberto Benegas Lynch (h) solía decirnos en sus clases que todos los consumidores elegimos a quienes hacer ricos y a quienes no todos los días en las góndolas del supermercado al comprar determinado yogurt y no tal otro, determinado cereal y no tal otro o bien eligiendo carne de vaca en lugar de carne de pollo. Podemos ver que no existe democracia más directa y constante que la ofrecida por el mercado, en la cual todos los días se realizan elecciones poniendo en diferentes posiciones a los participantes de acuerdo a la calidad del servicio que nos brinden.La desigualdad es natural al hombre y es muy importante que exista sobre todo en materia económica ya que en ella se reflejan las distintas valoraciones de los consumidores.Lo que ha ocurrido con este asunto es que gran parte de la clase política corrió el eje del debate, ya prácticamente no se habla de pobreza sino que esta palabra fue reemplazada por desigualdad y de esta manera implícitamente se los hace responsable a los ricos de esta lamentable situación de miseria, quitándose ellos un gran peso de encima cuando en realidad la existencia de la misma es a causa de las distintas trabas al emprendedurismo y a la inversión impuestas por el aparato gubernamental.Propongo que para evitar confusiones y poder distinguir a los responsables comencemos a hablar con claridad: el problema no es la desigualdad, el problema es la pobreza.



Una solución de mercado para el sector laboral

El desempleo, más que un miedo presente en todos los trabajadores, es una realidad innegable que afecta a millones de personas en la Argentina.
El origen de esta situación se encuentra obviamente en una muy baja demanda de mano de obra. Cuando un empresario contrata a un trabajador lo hace solo por ambición, no le está haciendo ningún favor, sino que simplemente para hacer crecer sus negocios necesita emplear gente. Según la lógica sería entonces la falta de ambición de los empresarios argentinos el origen de los desempleos. Por supuesto que no, al igual que los inversores de cualquier parte del mundo, los argentinos buscan mayores ganancias, pero nadie va a poner su dinero en donde no esté seguro, y lamentablemente la Argentina no tiene lo más atractivos marcos institucionales al respecto.
Para que podamos ver a nuestro país con los ojos de cualquier productor, habría que consultar algunos índices realizados por respetadas instituciones del contexto internacional: En el Índice Haciendo Negocios 2014 realizado por el Banco Mundial, en donde se mide la mayor protección a los derechos de propiedad y la facilidad que tienen los empresarios para operar en el país debido a regulaciones más simples, Argentina ocupa el puesto 126 del ranking que se encuentra liderado por países como Dinamarca, Nueva Zelanda y Estados Unidos. A su vez, en el Índice de Competitividad Global desarrollado por el World Economic Forum, que mide un conjunto de instituciones, políticas y factores que definen los niveles de prosperidad económica en el corto y largo plazo, Argentina ocupa el puesto 104 muy por detrás de, por ejemplo, Ruanda, Botsuana e Irán.
Con tranquilidad podemos afirmar que el desempleo es una decisión política, muy probablemente no consiente, pero decisión política al fin. Si el país se vuelve atractivo para la inversión, la demanda de mano de obra aumentará y lo que escasearán serán los trabajadores disponibles, de este modo los empresarios no tendrán otra alternativa que mejorar las condiciones de trabajo y elevar los sueldos para conseguir a los mejores empleados.
¿Pero cómo hacerlo? Recientemente leí en un artículo que el Dr. Martín Krause escribió para la Universidad Francisco Marroquín, sobre una medida que se tomó en el Reino Unido llamada Regulaciones Dos por Uno. Estas consisten simplemente en que la adopción de una nueva regulación que genere costos para los empresarios solo puede hacerse si se deroga otra regulación con un costo económico dos veces más importante. Esto les permitió a las empresas ahorrar entre 2011 y 2012 alrededor de €1.300 millones, y como ahorro significa inversión, y esta se traduce en más empleo, no sería descabellado proponer una ley similar como punto de partida.
Pero como no existe mejor manera para demostrar un postulado que con la mismísima realidad, será mejor que vayamos a los hechos. Me gusta utilizar el ejemplo de Nueva Zelanda ya que es un país que salió de una profunda crisis en muy poco tiempo tan solo utilizando medidas compatibles con el libre mercado. El distinguidísimo periodista y escritor cubano, Carlos Alberto Montaner, explicó de manera espléndida lo sucedido en este remoto país de Oceanía en su libro “Las Columnas de la Libertad”. Allí nos cuenta como el gobierno de aquel país notó que para no quedar rezagados por el mundo sería necesario formar parte de la globalización. Pero para convertirse en una economía competitiva a nivel mundial era necesario liberalizar el mercado y consecuentemente flexibilizar la economía en todos sus ámbitos, incluyendo por supuesto, el laboral.
Fue así como los acuerdos sectoriales se acabaron y se le dio espacio al libre acuerdo entre empleador y empleado. Se le dio inicio a la libertad de horarios, de precios (acabando con todo control en los mismos), se terminó con los subsidios, se realizó una apertura a la competencia exterior, se ejecutó un desmantelamiento arancelario  y además se introdujo una absoluta libertad de las empresas para tomar decisiones económicas, lo que incluye una total flexibilización del sector laboral, dejando de gravar con “cargas sociales” los puestos de trabajo y abandonando la rigidez en el terreno de los salarios.
En un comienzo, como era de esperarse,  los sindicalistas pusieron el grito en el cielo y hubo cierta inestabilidad, pero esto fue irrelevante ya que en menos de seis meses la curva de desempleo comenzó a descender y los sueldos de los trabajadores a aumentar. Hoy en día Nueva Zelanda está entre los países que mayores salarios y mejor calidad de vida les brinda a sus trabajadores, lo que se ve reflejado en el Índice de Desarrollo Humano, elaborado por la ONU, que mide el nivel de educación y de vida digna, larga y saludable de los países, donde los neozelandeses ocupan el sexto lugar.
Paradójicamente, el  llamado “progresismo” argentino jamás ha traído desarrollo a nuestro país ya que se ocupó de alejar al sector empresario con leyes populistas a las que llaman “conquistas sociales” que lo único que lograron fue trabajo en negro y desempleo.
Cuando la historia demuestra que la inversión de capital ha sacado a más gente de la pobreza que cualquier otro programa ¿por qué no realizar verdaderas “conquistas sociales” atrayendo a inversores y logrando así  que sea la realidad quien lo muestre y no la ley quien lo diga?


La responsabilidad como incentivo al desarrollo

En octubre de 2013 mientras me encontraba en Santiago de Chile, un amigo de allí me pidió que lo acompañe al Centro Comercial desde donde él podría enviarle una carta a sus padres que vivían en Puerto Montt. Al llegar allí me encontré con una pequeña sucursal de Correos de Chile, lo que hasta el momento parecía una simple empresa de envíos, pero mirando más detalladamente pude contar a cuatro empleados en ella: una mujer que atendía a la señora que estaba delante nuestro en la fila, otro escuchando música mientras leía el diario, al lado suyo una más con un celular en la mano jugando o enviando mensajes, y la cuarta estaba parada atrás contándoles alguna historia a los anteriores tres mientras tomaba un café, todo esto mientras nosotros esperábamos ser atendidos.  El número de empleados duplicaba al de clientes (yo no era uno de ellos, mi amigo sí), fue en ese momento en el que pregunté si aquella empresa era estatal, la respuesta fue obvia.
¿Pero porqué una mala atención y un desperdicio  de recursos me hizo suponer que se trataba de una empresa del estado? Simplemente porque esta clase de empresas contrarían incentivos básicos para la eficiencia de la misma.
En el libro Free to Choose que el premio Nobel de economía, Milton Friedman, escribió en coautoría con su esposa Rose, se explica este punto de una manera simple y clara: Allí dicen que existen cuatro maneras de gastar dinero, primero puedes gastar tu propio dinero en ti mismo, allí estás fuertemente incentivado en economizar lo mejor posible ya que tú serás el que se quede con menos dinero si lo desperdicias y a la vez tú serás el que utilice el producto, por lo que su calidad será de gran importancia; en segundo lugar puedes gastar tu dinero en alguien más, nuevamente estás incentivado en gastar poco, pero la calidad de lo obtenido no será tan importante como si fuera para uno mismo, simplemente será problema de otro; en tercero puedes gastar el dinero de otro en ti mismo, lo que obtengas debe ser de buena calidad ya que querrás disfrutarlo al máximo, como una cena gratuita en donde seguramente no te llenarás a puro pan, pero no te interesa el dinero que se gaste, siempre y cuando lo pague otro, el gasto no te preocupará. En cuarto lugar puedes gastar el dinero de otro en otros, aquí ya nada interesa, ni la cantidad de dinero gastado ya que no afectará el bolsillo de quien lo despilfarra ni la calidad del producto, pues no afectará en absoluto su calidad de vida.
Así podemos aplicar este principio a millones de casos en los que el “empresario” no pone en riesgo su patrimonio estando de esta manera incentivado a gastar lo que se le antoje con sueldos muy por encima de los que el mercado daría para una misma actividad con obras sobrevaloradas pagando por ellas excesivos precios que nada tienen que ver con su valor real y donde lo que menos importa es el cliente, quien tendrá que  soportar un pésimo servicio de nefasta atención ya que en la mayoría de los casos esta clase de empresas son un monopolio avalado por el estado en la materia.
¿Qué estímulo tiene un trabajador en hacer bien su tarea cuando no tiene responsabilidad alguna ya que existen trabas legales para que éste sea despedido? El hombre cumplirá con el horario –sólo en algunos casos en los que su huella digital sea necesaria para marcar la asistencia-  pero para el resto hay que suplicar por su buena voluntad para que sea realizado. Esto ocurre en la Argentina, monopolios estatales impunes ante la ineficiencia que afecta a millones de ciudadanos.
Es por lo hasta aquí brevemente explicado que el presente estatismo imperante ha fallado, falla y seguirá fallando en la creación de riquezas, bienes y servicios, simplemente porque no hay ningún incentivo de economizar ni de servir al prójimo.
Como conclusión podemos observar que la responsabilidad en los actos llevados a cabo por uno será un factor determinante en su buen resultado, a falta de esta, es de esperarse un fracaso. Por lo tanto, si queremos salir del subdesarrollo, podríamos tomar a la responsabilidad como puntapié inicial.



¿Precios cuidados o precios dibujados?

Como muchos sabrán, desde hace ya un tiempo en la Argentina se está implementando una arbitraria medida por parte del Gobierno Nacional que consiste simplemente en que ellos son los que determinan el “precio justo” para los productos que ellos consideran esenciales para la gente. Me adelanto a decir que este se suma a la inmensa mochila de descomunales errores en materia económica que viene cargando el kirchnerismo, pero hay que dejar en claro el porqué.
El precio surge de una combinación intersubjetiva de valoraciones, contempla el significado de determinada cosa, para determinada persona, en determinada circunstancia. La cosa puede ser útil o no, la persona puede desearla mucho o poco y las circunstancias pueden ser tanto de escasez como de abundancia. Así es el precio el que nos dice –como nos ejemplificó Alberto Benegas Lynch (h) en una de sus clases a sus alumnos- ¡Cubran las calles de asfalto y no de oro!
Los precios están repletos de información, en el caso de escasez de un producto valorado por la gente como sumamente necesario, éste se encarga tanto de cuidarlo para que no se acabe como de incentivar a los productores para que aumenten su oferta ¿cómo? Simplemente mediante un precio elevado que haga que la gente piense dos veces antes de comprarlo preservándolo, mientras al mismo tiempo está cumpliendo con otra función esencial: se le da a este bien un margen de ganancia alto, de manera tal que se convierte en algo muy atractivo para los productores expandiendo así la oferta. De este modo la escasez cae como los precios del mismo saciando a la deseosa demanda.
Como se puede ver en los precios se refleja toda una coordinación de conocimientos dispersos en la sociedad, conocimientos que son imposibles de tener siendo tan solo una persona o entidad –como lo es el gobierno-. Es el mercado el que lo interpreta perfectamente reflejando simplemente las interacciones y preferencias de millones de personas, dándole así a la economía esa estabilidad ya fundamentada.
¿Pero qué ocurre ahora que el gobierno ha intervenido en los precios poniéndoles un techo del cual no pueden subir? Al quitar la información que estos brindan, inevitablemente habrá una mala utilización de recursos, así como si el marcador de gasolina en nuestros vehículos nos marca lleno cuando en realidad está casi vacío nosotros emprenderemos un viaje que nos dejará a la deriva en plena ruta, si los precios son más bajos de lo que el mercado pide, la gente obviamente consumirá más expandiendo la demanda pero retrayendo la oferta, ya que a medida que más vende, más pierde. Las empresas grandes con grandes márgenes operativos podrán seguir en el mercado, pero no las pequeñas que no puedan absorber esa pérdida ya que su margen de ganancia era menor. Como antes era el mercado el que le decía a los empresarios que produzcan determinado bien ya que les dará grandes ganancias, lo contrario les grita ahora, esta vez el mensaje es ¡corran o entrarán en quebrantos!
Por supuesto que con tan elevada demanda buscando un bien a un precio artificialmente bajo y con oferta mínima, prontamente habrá una inevitable faltante.
El Gobierno Nacional ni siquiera necesitaba leer algo de esto para evitar este garrafal disparate, tan solo con mirar a su desastroso aliado, el Gobierno Venezolano, pudo haber visto que dibujar números en el lugar de los precios lleva a que el mismísimo papel higiénico valga más que los Bolívares.

FUENTE: http://www.libertadyresponsabilidad.org/?p=806



Argentina y el populismo del desastre

Los gobiernos populistas tienen una gran tradición en fracasos económicos y, lamentablemente, la Argentina tiene una gran colección de gobiernos populistas.
¿Cuál será el motivo de este inevitable desenlace? 
Para que el populismo de resultado es necesaria una relación de dependencia entre la mayor cantidad posible de ciudadanos y el mandatario, por lo tanto la autosuficiencia del individuo no es conveniente en estos casos. Esto último se traduce en, por ejemplo, más de 18 millones de personas que reciben subsidios a través de planes sociales en un país con poco más de 42 millones de habitantes, es decir que el 43 por ciento de la economía nacional depende del estado – como dijo Alberto Benegas Lynch (h) “y escribo estado con minúscula porque de lo contrario debería escribir individuo con mayúscula que es más apropiado”- .
Tanto gasto público es financiado obviamente por los ciudadanos, ya sea quitándoles el dinero directamente a través de incontables impuestos, o bien de una manera algo más disimulada llamada inflación.
La inflación es un problema tan grande en este país que ya no puede ser ocultada ni siquiera por un gobierno que cuando de esconder se trata, es uno de los profesionales más especializados en la materia ¿Pero cómo decirles a sus adeptos que es a causa de su infalible representante que las cosas salen cada vez más caras y así es cada vez más difícil llegar a fin de mes? Simplemente no lo hacen, en su lugar buscan a otros culpables como en este caso a los empresarios, a quienes acusan de ser tan ambiciosos que suben los precios aprovechándose de los ciudadanos para sacar así más ganancia. Como ejemplo de esto podemos tomar el caso de la semana pasada, cuando la carne aumentó de un día para el otro en un 4.5%, y el jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, culpó por esto a “un grupo estratégico de especuladores”, y de paso acusó a los economistas críticos de "agentes encubiertos de los grandes grupos económicos", buscando así desprestigiar toda opinión en contra. 
¿Pero no existen acaso empresarios ambiciosos en todas partes del mundo? Sí que los hay, en cambio lo que no es igual en todas partes es el gasto público y la emisión monetaria en relación a la cantidad de bienes y servicios producidos, en donde la nuestra es sólo comparable en la actualidad con la de gobiernos tan desastrosos como lo son los de Venezuela e Irán – los dos “estratégicos” aliados del gobierno kirchnerista y además nuestros compañeros en el podio del ranking mundial de inflación, en donde por bastante diferencia  nos siguen abajo Sudán y Malawi-.
¿Si no son los empresarios los culpables de la inflación entonces quién? El culpable es quién emite dinero de manera desmedida, es decir el Gobierno Nacional ¿pero cuál es la causa? Para entenderlo un ejemplo ayudaría de mucho:
Imaginen una partida de Póker con amigos, son 6 personas en total y cada uno de ellas compra 10 pesos en fichas con un valor establecido para cada una de ellas de 1 peso, lo cual constituye un pozo para el ganador de 60 pesos, habiendo así en juego un total de 60 fichas. Al final del juego queda el ganador con el total de las 60 fichas, al valer cada una 1 peso, se lleva 60 pesos. Pero ahora imaginen que durante la partida un participante le sumó a su conjunto de fichas otras 10 que había traído de su casa, es decir que la cantidad de fichas en juego era ahora de 70 pero el pozo seguía siendo el mismo de 60 pesos. ¿Qué va a ocurrir? En primer lugar, va a ser más difícil para el ganador conseguir el total de las fichas porque será mayor la cantidad de ellas en juego, pero además llegado el momento en que gane al poseer las 70 fichas que había en la mesa, intentará canjear cada una de ellas por el valor preestablecido de 1 peso por ficha  y será allí cuando se de cuenta que el dinero del pozo no es suficiente para cubrir la cantidad de fichas, es decir que el valor de cada ficha pasa a ser menor. Esto ocurre con el dinero de un país, si existe una sobreproducción de dinero pero la cantidad de bienes y servicios es la misma, el dinero pasa a valer cada vez menos, y se necesita cada vez más cantidad del mismo para conseguir el mismo bien en juego. 
Allí se encuentra el verdadero dilema, en el gobierno y en su falta de capacidad para reconocerse como culpable, de esta manera nunca saldremos adelante si con tal de mantener el populismo imperante buscan paliativos que solo llevan al desabastecimiento – como los controles de precio han hecho en Venezuela y están haciendo en nuestro país- y no solucionan el problema de raíz esquivando pagar el precio político del mismo.    




Peronismo y Kirchnerismo: dos fenómenos inexplicables

El domingo 15 de septiembre, la presidente argentina dio una larga “entrevista” de aproximadamente media hora  a un periodista oficialista, en donde, a diferencia de las reales entrevistas, no se obtuvo nada nuevo, ninguna información de importancia, lo único que sí es de destacar es que, cuando el columnista del diario Tiempo Argentino (medio ultrakirchnerista), Hernán Brienza, preguntó “¿Qué es el Kirchnerismo?”, Cristina Fernández de Kirchner respondió “el kirchnerismo es un fenómeno difícil de explicar”, lo que realmente a mis oídos sonó como un verdadero acto de sincericidio.

Actualmente Cristina dice luchar por la democracia, ser una defensora de los derechos humanos y se jacta de ser una protectora de la libertad de expresión pese a los duros cuestionamientos en el tema. Pero todo eso con una cuadro de Perón en sus espaldas, lo que explica la distancia entre su discurso y la realidad.

Deberíamos hablar aunque sea un poco del personaje en torno al cual gira el Peronismo: Juan Domingo Perón participó en el golpe de estado de 1930 junto a Uriburu  y en el de 1943 de la mano del GOU (Grupo de Oficiales Unidos), comenzando en el gobierno como secretario privado del Ministro de Ejército, luego al mando del Departamento Nacional de Trabajo. Al subir Edelmiro Julián Farrell al poder, Perón ejerció como vicepresidente de la Nación. Es decir participó activamente en más de un gobierno de facto, llegando a ser vicepresidente de una dictadura.

Con frecuencia se le atribuía la violencia entre sus herramientas políticas, principalmente persiguiendo a opositores, pero para ser más preciso daré un ejemplo vinculado a la libertad de expresión: en el año 1974, durante una conferencia de prensa, siendo él Presidente, la periodista Ana Guzzeti le preguntó: “¿qué me dice usted, presidente, acerca de esos parapoliciales que matan y persiguen gente?” a lo que Perón le preguntó su nombre y le dijo que se hiciera cargo de lo que decía. Luego de ese episodio la periodista fue secuestrada y torturada. Este hecho fue reconocido hasta por  diversos personajes peronistas, lo cual hace aún más inentendible como se pueden seguir llamando de esa manera.

Los actos de Perón fueron y son indefendibles, solo justificables por aquellos quienes, como la presidente, cuentan con una memoria selectiva.

Pero no es necesario remontarse tantos años para ver la discordancia entre el relato y la realidad en el gobierno argentino, ya que esto es moneda corriente desde hace más de 10 años.

Hoy en Argentina volvemos a vivir una era de constante contradicción, en donde se dice que la inseguridad es una sensación cuando todos los días se pueden ver diversos casos de asesinatos, que estamos mejor que Canadá y Australia cuando estos ocupan el puesto 14º y 21º respectivamente en el ranking de competitividad y Argentina el 104º, que el país está creciendo económicamente cuando el peso vale cada vez menos y por algo está prohibido comprar dólares.

El Peronismo como el Kirchnerismo son dos fenómenos más que inexplicables, inentendibles, solo posibles en un país que, acostumbrado a la inestabilidad y los desastres económicos y políticos, vive con un constante miedo al cambio, que se conforma con poco por miedo a algo aún peor, pero que no se da cuenta que lo peor está en curso, de la mano de gobiernos populistas sostenidos por un infundado fanatismo.




La desinformación como enemiga de la libertad

En la mayoría de los países latinoamericanos es casi un pecado hablar de liberalismo, si uno insiste en discutir sobre el tema podrá ver como rápidamente la inmensa mayoría repite como algo incuestionable que es malo, diabólico, que lo único que busca es que los pobres sean más pobres y que la clase media sean nuevos pobres, todo para llenar así los bolsillos de los ricos y que sus predicadores son todos aquellos traidores aliados de Estados Unidos que buscan que el país del norte se lleve la riqueza nacional.

Luego de una opinión generalizada en un sentido tan erróneo la pregunta obvia sería ¿saben qué es el liberalismo? Si se estuviese en Argentina, por ejemplo, contestarían “por supuesto, el liberalismo son los noventa, Menem –el ex presidente- y todos sus amigos neoliberales” ¿respuesta correcta? En absoluto. Si bien en los años noventa se contaban con algunas libertades individuales más que en el presente debido a un estado menos paternalista y a una economía más abierta, ningún académico serio podría decir que la última década del siglo pasado constituyó un ejemplo de liberalismo en la Argentina ya que se contrariaron varios pilares de la libertad económica y política por medio de un enorme clientelismo político, que aunque menor que el actual estaba también presente en aquellos años, de un aumento tanto del gasto público como de la deuda pública, de grandes aumentos impositivos, que de nuevo, fueron menores que los actuales pero como dicen “la existencia de un genocida no implica la bondad de un simple asesino”, de un Poder Judicial totalmente adicto al Poder Ejecutivo, de una reforma constitucional con la única finalidad de acrecentar el poder político, de la participación en la Guerra del Golfo, etcétera.

¿Qué será entonces el liberalismo? Es algo realmente simple, Alberto Benegas Lynch (h) lo definió como “el respeto irrestricto por los proyectos de vida de otros”. Seguramente al escuchar este concepto muchos pensarán que eso no es liberalismo, que eso es sentido común –y de hecho lo es- pero que de ninguna manera garantiza la igualdad y el éxito económico de las personas, y aunque les sorprenda están en lo cierto. El ex parlamentario sueco de origen chileno, Mauricio Rojas, dijo muy acertadamente: “en la cárcel se puede estar muy seguro”. Allí todos pueden producir lo que se les asigne a punta de escopeta, de manera tal que no les va a faltar sustento económico e inclusive serán todos iguales entre sí en sus celdas de cuatro metros cuadrados –todos menos el encargado de la escopeta, por supuesto- logrando de esa manera los objetivos buscados. ¿Pero si uno hubiera querido ser médico en lugar de carpintero como le fue asignado? ¿Y si otro hubiera preferido trabajar doce horas en lugar de ocho por día para luego invertir la diferencia obtenida y comprar así una gran casa con piscina y un lindo auto a base del esfuerzo realizado? Eso no importa, los sentimientos, metas y sueños de las personas son aplastados por la imposición y el poder de aquellos que no les preocupa saber que la vida de cada individuo es una sola y necesita vivirla de la manera que lo desee ya que esta será la única oportunidad que tendrá para hacerlo, siempre y cuando no afecte los sueños y metas ajenos.

La siguiente interrogante será: “está bien que uno sueñe con tener una casa con piscina, por ejemplo, pero ¿a costa de quién lo hará? ¿A quién le faltará el dinero que el utilizó para construir su piscina?” A nadie. El dinero para realizar la piscina lo obtuvo trabajando para alguien que necesitaba que dicho trabajo sea realizado obteniendo así algún beneficio. Es decir, ambos ganaron, tanto empleador como empleado, el primero porque alguien realizó una tarea que él no podía y de esa manera ganó comodidad, productividad o lo que sea; y el segundo obtuvo el dinero que de a poco fue ahorrando para cumplir su sueño. Como decía Milton Friedman “si un intercambio entre dos personas es voluntario, no ocurrirá a no ser que ambos crean que se beneficiarán con él”.

Quizás hoy en la mayoría de los países las escopetas no son utilizadas para decir que hacer o como, pero sí el poder estatal que te confiscará las ganancias si no haces lo que ellos querían que hicieras, que para mantener a sus adeptos te quitará el fruto de tu trabajo y se lo asignarán a quien por alguna razón –que suele ser el mismo Estado de políticas rígidas- no lo tienen, haciendo algo cada vez más inalcanzable los deseos de aquellos que cargan con tan pesada carga.

¿Para que se necesita al Estado entonces? Para brindar la seguridad y la justicia necesaria que permita a las personas de buena voluntad ejercer su vocación, trabajar según sus intereses o ayudar a quién desee, cuidándolas de la violencia y asegurando que el derecho de uno no deshaga el derecho de otro, simplemente eso, ya que si el tamaño de éste ente aumenta, el que disminuye es del ciudadano y sus derechos.

Si usted respeta el trabajo y los derechos ajenos tanto como los suyos, si no toma nada que no le corresponda como pretende también que lo suyo no sea tomado por quién no lo merezca, es entonces usted un liberal.



Cuando el Estado se vuelve un estorbo

La pobreza es hoy en día uno de los problemas que ataca, tristemente, a cada vez más personas.
Un pobre para dejar de ser pobre necesita indudablemente más dinero, pero así como aquel  necesitado de comida solo saciará su hambre por unas horas con un pescado fresco si no sabe como pescar, un carente de sustento monetario solo estará tranquilo por un pequeño período de tiempo si vive de “las limosnas” del gobierno de turno.
Estimo que en su interior todos saben que los subsidios generan una gran dependencia, ya que no creo que quién vive de ellos vote en contra de quién se los proporciona, y que por supuesto aquél gobernante que los entrega se aprovecha de aquella sujeción. Pero hoy quisiera dejar estos aspectos de lado para enfocarme más en como la intervención del estado en materia económica genera cada vez más pobreza, o al menos, estorba la reducción o eliminación de la misma.
Es imposible no mencionar a la inflación, que como solía decir Milton Friedman “es un impuesto sin legislación”. Ella afecta más que nada a la gente de bajos recursos, les quita toda posibilidad de, con aunque sea un pequeño sueldo, acceder a un crédito a largo plazo que les permita alcanzar su propia vivienda o comenzar con un pequeño emprendimiento que los empuje a crecer. Por supuesto que la culpa es de gobiernos que para aguantar un enorme gasto público, producto del imperante populismo presente en países de América Latina como Argentina o Venezuela (con inflaciones anuales del 30 y el 54 por ciento respectivamente),  no paran de emitir dinero sin el respaldo de la creación de nuevos bienes y servicios, lo que genera un efecto dominó, haciendo al país más inestable de lo que por las políticas nacionalistas ya era, y en consecuencia desalentando la inversión.
La inversión de capital ha sacado a más gente de la pobreza que cualquier otro programa, es por ello que es muy importante favorecer toda clase de emprendimiento, pero lamentablemente esto no es entendido por muchos gobiernos que no paran de poner trabas. No es coincidencia que en un país desarrollado como Nueva Zelanda, se necesite 1 trámite que demora solo 1 día en concretarse para habilitar un negocio, y en cambo, un país pobre en donde lo que más se necesita es gente emprendedora que emplee a otras personas, como lo es Haití, sean necesarios 12 trámites y 105 días para lograr el mismo objetivo. 
Por lo tanto lo que se necesita no es un político “caritativo” que le regale un salario a las personas, estoy seguro que la gente prefiere la dignidad del dinero ganado por el esfuerzo propio. Lo que se requiere es el aliento a la inversión, no hablo de un aliento monetario sino de uno que sea mediante menos burocratización, quitándole todo estorbo del camino a quién desee comenzar su negocio, su pequeña empresa o industria, haciendo al país más estable y atractivo, dejando de obstaculizar la propiedad privada y darle la escritura a quién construyó en un terreno de nadie pudiendo disponer de su inmueble para venderlo y con ello avanzar a algo mejor.
El Estado no es algo superior que mediante sus distintos órganos le solucionará los problemas a la gente, la gente creó al Estado, la gente es anterior al mismo, no lo necesitan para que piense por ellos, para lo único que se lo necesita es para permitirle trabajar a las personas de buena voluntad en paz, sin que se los moleste. Solo para ello fue creado. En algún momento de la historia gobernantes ambiciosos hicieron que el Estado perdiera su rumbo, y disfrazándolo de un ente benevolente lo convirtieron en la mismísima molestia, pero hay que tomar conciencia del verdadero problema para ayudarlo a retomar su antiguo rol, y que éste vuelva a brindarnos seguridad y justicia, objetivos que de ser los más importantes, pasaron a ser los más olvidados.

La igualdad como coartada del Gobierno Argentino

Con frecuencia, tristemente, uno puede ver que el gobierno argentino es quién comete algunas de las injusticias más habituales en el país, diciendo perseguir, mediante la “distribución de la riqueza”, la igualdad entre los ciudadanos.
Si bien uno de los principios consagrados con mayor énfasis por la Constitución Argentina es el de la igualdad ¿Aquellos primeros constituyentes habrán tenido en mente con ello “talar a los árboles más altos para ponerlos a la misma altura que los más bajos”? Yo creo que no, en mi opinión solo buscaron que el progreso de uno sea proporcional al esfuerzo realizado, sin que nadie tenga ventajas sobre otro, como así tampoco más trabas que otro.
Para ilustrar esta cuestión, Milton Friedman planteaba la siguiente pregunta: ¿Una carrera debe estar dispuesta de manera tal que todos lleguen a la línea de meta al mismo tiempo, o para que todos salgan de la línea de partida al mismo tiempo? Personalmente me inclino por la segunda postura.
Pareciera un tema trivial pero es realmente importante. Toda esta idea de igualdad de resultado lleva a lo que Alexis de Tocqueville llamó “nueva esclavitud”, restringe los derechos de los más productivos, como por ejemplo la libertad de crecer económicamente, haciéndoles cargar con el peso de los menos productivos, financiando sus vidas a través de subsidios.
Los subsidios no salen del gobierno, ya que por más que él sea quien les pone su pomposo sello, el gobierno no tiene dinero, la gente tiene dinero, entonces se les saca a aquellos que producen, parte de su producto de los bolsillos (quieran o no), para mantener el sistema de subsidios, pero este mecanismo, además de injusto es contraproducente.
Dicha “ayuda”, es una máquina generadora de pobres, es el arma secreta de todo gobierno populista. Ellos saben bien que con eso solo logran dependencia de las clases bajas, quienes ante el temor de perder eso que creen que les auxilia, son usados para que les sigan votando. Pero esto no ayuda ni a la economía del país ni a los pobres, ya que ellos pierden el incentivo al trabajo remunerado, ya sea por miedo a renunciar a los subsidios que tienen asegurados en contraste a un trabajo que depende de ellos mismos, o ya sea, por sentir que ese problema está parcialmente solucionado por lo que no es necesario producir más, y así siempre seguirán a la merced de recibir ese dinero, y por supuesto, de quien se lo entrega.
Por otro lado, el justificativo que dan los populistas, es que al haber más dinero circulando, ayuda no solo al pobre, sino también a la economía en su conjunto, lo que es una falacia de principio a fin: no es el hecho de que la gente gaste lo que ayuda a la economía ya que el dinero circulante es el mismo (o al menos debería serlo), lo que si lo hace es la producción de bienes y servicios, lo cual este sistema no fomenta.
El dinero que no viene de la producción de dichos bienes y servicios no cae del cielo: cuando el gobierno da subsidios o eleva sueldos, son todos los ciudadanos los que los pagan, no él. Pero existe una manera en donde ocurre algo muy diferente, en donde cuando uno gana no es necesario que otro pierda, lo cual fue explicado de una manera tan espléndida como simple por el ya citado Premio Nobel de Economía, Milton Friedman, en su serie de los años ochenta “Free to Choose”: cuando se obtienen mejores sueldos a través de la libre competencia de las empresas privadas, se hace a través de la disputa entre ellas para obtener una mayor rentabilidad, por lo que necesitan a los mejores trabajadores, quienes a su vez necesitan ser más productivos para llegar así a un más remunerativo trabajo. Es decir, los sueldos más elevados solo provienen de la más elevada productividad, la mayor inversión y el mayor esfuerzo realizado por todas las partes, ganando así tanto el empleado, pasando por el empleador y llegando hasta el consumidor, quién obtendrá el beneficio del mejor precio por la alta productividad, y el de la mejor calidad por la  incentivada mano de obra del trabajador.
Hay más para el empleador, pero solo si a su vez hay más para el obrero. Esa es la “distribución de la riqueza” del libre mercado, no a través de planes sociales que cargan en los hombros de las personas más productivas, sino de la mano del esfuerzo realizado por los distintos individuos en busca de satisfacer su interés personal.


Cuando la necesidad crea derechos

El pasado jueves mientras estaba esperando el colectivo, pude observar cerca de la parada del mismo a una familia sentada, pidiendo monedas a la gente que pasaba por la calle, eran aproximadamente 6 personas muy carenciadas que iban desde los 3 a los 30 años aproximadamente. Pero luego, cuando llegó el colectivo, se pararon inmediatamente y sin importar la gran cantidad de gente que esperaba de manera ordenada abordarlo, ellos, con  la autoridad de un policía al realizar un allanamiento, se pusieron por delante  de todos y subieron primero, y sin que mediara un gesto de disculpa, ni permiso, ni solicitándole a alguien que les pagara su boleto, pasaron por el lado del colectivero siguiendo su camino hacia la parte trasera del vehículo.  Perecían sentirse en todo su derecho de viajar sin pagar. Pero yo creo que lo peor de toda la situación no fue el hecho en sí mismo, sino que ni el colectivero ni ningún pasajero se percató de lo ocurrido o al menos no lo demostraron, lo que demuestra la cotidianidad del asunto.

La gravedad de este suceso radica en la afirmación de que “la necesidad crea derechos y la prosperidad obligaciones”. La actitud de esta familia se ve abalada por la sociedad que lo contempla como algo de todos los días sin darle la importancia necesaria, pero es aun peor la actitud del gobierno frente a esto, ya que es él quién lo fomenta.

Esto fue solo un simple hecho perceptible en un día de rutina, pero en realidad hay millones de casos en los que la necesidad crea derechos, los cuales cargan en las espaldas de los que llegaron a la prosperidad ¿Pero no es acaso esto un desincentivo a la prosperidad y un aliento a la necesidad?

Haberle otorgado el “título” de derecho a aquello que la necesidad despierta en las personas no es casual, ya que si ellos no lo creyeran así no harían tales actos ni exigirían nada al no corresponderles, pero como fue el Estado quién la abaló  durante años repletos de gobiernos populistas, esta situación es algo difícil de hacer entender en la sociedad.

La persona que llegó a la prosperidad se lo ganó, y ésta fue el premio a su esfuerzo. Así como un 10 en la escuela es la recompensa al estudio realizado, el dinero lo es al esfuerzo en la vida (o al menos, así lo sería en una sociedad libre). Si le quitáramos ese premio al esfuerzo y en su lugar lo cargáramos de obligaciones difícilmente alguien trabajará para llegar a él, y viceversa: si tener necesidades crea derechos, ¿para qué  conseguir un trabajo decente? ¿Acaso no perdería de esa forma los beneficios que antes tenía?

Pero este fomento a la necesidad no es malo solo del punto de vista económico, es aún peor desde el punto de vista moral.

Immanuel Kant decía que “Ilustración significa el abandono por parte del hombre de una minoría de edad no biológica, sino mental”. Al referirse el filósofo prusiano a una minoría de edad, hace referencia a la “incapacidad para servirse de uno mismo sin verse guiado por algún otro”, ese otro en este caso es el mismísimo Estado, quién con el afán de convertirse en algo cada vez más grande, haciendo así del ciudadano algo cada vez más pequeño y por lo tanto más manejable,  se entromete en donde no debería, despojando a algunos de sus bienes y dinero, y a otros de algo no apreciable económicamente pero si moralmente como lo es la dignidad, el amor al trabajo, la posibilidad de encargarse de uno mismo y de sus seres amados, en definitiva, la posibilidad de “Ilustrarse”.



Robin Hood no fue un Héroe

Una de las principales ideas que deja la historia de este personaje de la Inglaterra medieval, se encuentra encarnada en la frase “le robo a los ricos, para darle a los pobres”. A la mayoría le suena como un noble actuar por parte de aquel famoso arquero, pero quizás el mensaje que nos deja no es tan bueno después de todo.
Tengan en cuenta que no me voy a abocar en la historia de manera detenida y detallada, no solo porque sus versiones varían según el autor, sino porque me enfocaré únicamente en el significado de aquella frase que parece resumir la trama, “robarle a los ricos, para darle a los pobres”.
Aquellas palabras llevan a uno a poner, de manera casi inconsciente, al rico en una posición de aquel que ha ganado su fortuna de manera despiadada, no mediante su propio esfuerzo sino a costa del ajeno, y casi automáticamente se lo pone al pobre como el autor real de dicho esfuerzo.  Es gracioso, pero en la sociedad actual los ricos mantienen esa imagen generalizada de ser las personas que, a costa de los pobres, ha conseguido su dinero.
La gente  no se pregunta frecuentemente por cual  habrá sido el esfuerzo realizado por el rico para ganar su fortuna, no piensa en él como un ejemplo a seguir, nadie dice “si él llegó a tal cosa, quizás con esmero lograré algo semejante”. Nada de eso, simplemente se asume que los ricos han abusado de los pobres, les han arruinado la vida despojándolos de lo que les corresponde, se han aprovechado de su debilidad. Todo esto es lo que, según argumentos de izquierda, habilita al estado a quitarles a los ricos, para así darles a los pobres, algo digno de aquel “héroe” llamado Robin Hood, mediante la “distribución de la riqueza”, a través de la cual el gobierno dice ayudar a los menos afortunados quitándole al resto parte de su dinero para ellos. Sí, esto es así, es simplemente robar. Si en lugar de quitar ese dinero, el gobierno dejara que la gente dispusiera de ese fruto de su esfuerzo, la gente interesada en ello podría organizarse y hacer fundaciones mantenidas con capitales privados, y de manera voluntaria ayudar a los que los necesitan, lo cual es algo muy diferente.
Supongamos que los ricos cuentan con una abundancia obtenida deshonestamente, ¿no es acaso igual de indecente el actuar de aquel temerario “justiciero”? Si lo que quería era ayudar a los pobres, ¿no pudo hacerlo trabajando y donando su salario?
No digo que no exista gente con fortunas mal habidas, pero no son todos, es más, diría tranquilamente que son los menos. Tampoco digo que los pobres sean perezosos, para aquellos que eso intuyan de mis palabras. Yo simplemente estoy hablando del mal ejemplo que da Robin Hood y hago una defensa a la propiedad privada, la cual, en palabras del ex presidente norteamericano, Abraham Lincoln, es de una importancia vital, ya que “la propiedad es fruto del trabajo, la propiedad es deseable, es un bien positivo. Que algunos sean ricos muestra que otros pueden volverse ricos, y por lo tanto es un impulso al trabajo”.


lunes, 20 de octubre de 2014

La gran mochila estatal y los fatigados hombros de los contribuyentes argentinos

Pedro sale de su trabajo, recién cobra su sueldo mensual, se sube a su auto y va a cargarle combustible, de allí pasa por un bar en donde se fuma un cigarrillo y toma una cerveza para luego pasar por su novia y llevarla al cine. Este es un día cualquiera para Pedro, en donde luego de haber trabajado por un mes se da con algunos gustos, no molesta a nadie y nadie debería molestarlo. Pero el Estado no piensa lo mismo.
Veamos más detalladamente el transcurso de los hechos y como este gigante saca provecho de cuanto puede.
Veamos más detalladamente el transcurso de los hechos y como este gigante saca provecho de cuanto puede.
Al cobrar su sueldo, el Estado le quita a Pedro junto con el sindicato, aproximadamente el 36 por ciento de su salario, al subir a su auto (por el cual paga el impuesto al automotor) e ir a cargar combustible se le cobran los impuestos al mismo, cuando va al bar paga impuestos al cigarrillo e impuestos a las bebidas alcohólicas. Luego, cuando lleva a su novia al cine, si tuvo la suerte de no haberse olvidado de abrocharse el cinturón de seguridad en el camino ya que de lo contrario se le cobrará una multa por no cuidar de sí mismo, se le cobra junto al precio de la entrada, el IVA y una contribución obligatoria al INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales).
En total el Estado argentino le cobra al ciudadano promedio más de 100 impuestos, como por ejemplo el impuesto a los sellos, los inmobiliarios, los ingresos brutos, tasas de aduana, aquellos que promueven el deporte olímpico, fondos de educación, fondos de promoción de cooperativas, transferencia de inmuebles, patentes del auto, aquellos que buscan disminuir conductas insalubres como el impuesto a los cigarrillos y a las bebidas alcohólicas, que directa o indirectamente terminan por rebajar el bulto de dinero en el bolsillo de los contribuyentes de manera notable, quedándose con más del 50 por ciento de las ganancias anuales del trabajador.
A su vez la emisión descontrolada acompañada por una falta de crecimiento en la producción de


 bienes y servicios, crean otro impuesto quizás camuflado, pero evidente: la inflación. Este último es del 25 por ciento aproximadamente e incide en los ahorros de una forma escandalosa, suponiendo que alguien ahorre $10.000, al cabo de un año estos se convertirán en $7.500.
¿Para qué recaudar tanto? Tener esa cantidad de poder es siempre un arma poderosa para el populismo. Según una investigación de la Fundación Liberad y Progreso, en el año 2012 se repartieron más de 18 millones de subsidios en el país, lo que se traduce en $69.000 millones y hay alrededor de 3.200.000 empleados públicos. Con esto se cambia “prosperidad” por votos tanto de los beneficiarios como de aquellos que ven “preocupación por el que menos tiene”.
¿Pero es ésta la manera de solucionar los problemas de pobreza? Los hechos dicen que no, ya que ésta sigue por encima del 25 por ciento, y a su vez de esta manera el que recibe el subsidio pierde independencia por depender de la “buena voluntad” del gobierno y dignidad por vivir del esfuerzo ajeno.
¿Qué hacer entonces? Hay que permitirles a los ciudadanos disponer de su sueldo de manera íntegra, haciendo así crecer sus ahorros, lo que le da mayores posibilidades de hacer algún emprendimiento que termine por brindar algunos trabajos. No va a ser un solo emprendedor el que solucione la pobreza, pero si varios de ellos que se vean alentados aI ya que cuentan con el dinero para hacerlo, aunque deberían contar también con cierta seguridad jurídica, la que además transformará a este país en un lugar atractivo para la inversión extranjera, creando nuevamente más y más empleos.
El Estado lo único que debe brindar es esto, simplemente la seguridad de poder ejercer todos nuestros derechos siempre y cuando no se afecten a terceros, de esta manera no será necesario subsidio alguno  y el empleo público, que en su mayoría es improductivos y pagado por todos, disminuirá notablemente.